Soneto 88. TOBOGÁN DEL NIRVANA
En la llera del río se han quedado
los cantos rodados y los guijarros
que han escapado de los sucios barros
y que ahora duermen en otro vado.
La luna, que aún no se ha aclimatado
al peñascal de rocas y desgarros,
ilumina el manantial de los sarros
que ensucia al cristal de agua, ya varado.
El amor huye de quienes lo ultrajan
o quienes lo usan como garabato
para hacerlo preso de la pastrana.
Las nubes de algodón se desmigajan
con la frescura de un dulce arrebato
y caen por el tobogán del nirvana.
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